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Alternativas

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Alternativas

Hay una escena en ‘Gladiator’ en la que Marco Aurelio, justo antes de ser asesinado por Cómodo, le dice: “Tus defectos como hijo son mi fracaso como padre”. Bien, la tomo como punto de partida para hablar de una cuestión en la que andamos tantos y tantos profesores embarcados en estos días: las evaluaciones.
Sinceramente, no me gusta evaluar. Me quedo con enseñar antes que con medir el aprendizaje. Quizá porque evaluar me enfrenta también a mis deficiencias y fallos. Como humano que soy, los asumo, pero no nos engañemos: el error no me resulta grato. Hoy, cuando ya he terminado de corregir exámenes, repasar trabajos y cuadernos, calcular medias y empezar a devanarme los sesos y dar vueltas a unos cuantos suspensos (quedan días, varios, con ese runrún), me siento como Marco Aurelio. Cambio ‘hijo’ por ‘alumno’, y ‘padre’, por ‘profesor’, y ya está. Con algunos matices, pero me basta. Ha sido un trimestre realmente malo con algunos grupos, justo los más necesitados.
Digo que con matices porque, evidentemente, no me puedo responsabilizar del rendimiento de cada uno de los alumnos que tengo. Siempre hay de todo en los centros por los que he pasado. Si alguien no quiere, no quiere. Conozco pocas personas más testarudas que un adolescente, y resulta una tarea titánica sacarlo de esa cerrazón. Al menos yo no sé cómo conseguirlo.
Que existan matices, sin embargo, no puede servir de coartada para eludir mi responsabilidad, y por lo tanto, mis errores. Comienza la postevaluación. Un número elevado de suspensos en un grupo creo que apunta a las claras a un fallo compartido, a una falta de conexión necesaria a ambos lados de la clase. Para remediarlo, entiendo que nos debemos exigir el abandono de posturas y métodos inamovibles y ombliguistas, que son al fin y al cabo las que recriminamos a los adolescentes. Conlleva una revisión de todas las estrategias, una autoevaluación que la llaman, pero desde una actitud profundamente autocrítica y una necesaria autodisposición al cambio. Todo muy auto. Creo que el alumnado no puede ser quien perfile el viraje. Claro que partimos de él y de su realidad concreta, pero los diseñadores e impulsores debemos ser nosotros.
Entiendo todo este replanteamiento como necesario no solo para mejorar su aprendizaje, sino también por una cuestión mental propia del profesor. Bregar continuamente con la sombra del fracaso es algo frustrante y difícilmente sostenible durante un curso completo. Es entrar en el lado oscuro de la enseñanza y vagar sin rumbo por los pasillos de un instituto de aula en aula esperando, solo esperando, completar horas. Se impone experimentar. Me impongo experimentar.
Hasta aquí la teoría y los buenos propósitos. Seguro que me honran. El problema, para el que no tengo solución, es en qué o en quién apoyarnos, dónde buscar. O dónde hacerlo con criterio para que no quede todo en una mera cuestión voluntariosa. No lo sé. O solo lo sospecho. Decía antes que todo era muy auto, muy solitario. Lo es tanto que en ocasiones echo mucho de menos algo de alter. Apoyarnos en otros. Quizá vaya por ahí, por romper con el individualismo que preside este trabajo y favorecer los intercambios de experiencias, pero sobre el terreno, sobre el verdadero escenario que es el aula.
Los profesores somos como las personas que llevan demasiado tiempo viviendo solas. Nos cuesta mucho, muchísimo, aceptar de buen grado la compañía. Fue una de las grandes sorpresas con las que me topé al entrar en este trabajo. Acostumbrado a una tarea como la del periódico, también individual, pero sometida al consejo, al control y la supervisión de otros compañeros, descubrir esta nueva realidad me resultó chocante. No porque en el aula te las apañes sin ayuda, sino por lo asumido que está trabajar sin apoyarnos en otros, sin aprender de los otros, sin aceptar recomendaciones y consejos. Estoy generalizando, lo sé. Casos particulares hay, pero si trato de trazar la norma me topo con eso. A veces, pedir ayuda se encaja como un síntoma de debilidad docente; y ofrecer consejos o proponer estrategias, como una intromisión intolerable en la libertad de cada compañero.
Pues disiento. Disiento porque en muchas ocasiones me gustaría escuchar propuestas, especialmente cuando las propias fallan, como es ahora el caso. Quedará después en mí decidir sobre ellas, amoldarlas a mis formas en un aula. Pero al menos disponer de ellas. Y no por ello me siento mejor o peor profesional, ni más débil o incapaz ante el alumnado.
Por suerte, siempre he encontrado compañeros que sin necesidad de imponerte ni de sentar cátedra al hablar, te van brindando algunas de esas prácticas. Eso sí, todo desde la informalidad de una conversación de cafetería o de pasillo, igualmente válida para mi propósito. Alternativas que ahora son justo lo que necesito.
Javi López
Profesor de Secundaria de Lengua castellana y Literatura

Descubre otros consejos y artículos interesantes sobre la formación de nuestros peques en el blog de Educación de La Diversiva.

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