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Mujer urbana… pero de pueblo (Parte I)

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Mujer urbana… pero de pueblo (Parte I)

Post de mujer/ama de casa

Lo que más me ha costado de este post es ponerle el título, el contenido lo tenía claro… sabía lo que quería contar y no quería que el título nos llevara a malentendidos. El original era “mujer de pueblo… un lujazo”, y cuando me pongo a pensar en las verdaderas mujeres de pueblo, en las que han trabajado o aún trabajan en el campo, llevan su casas, sus niños, los abuelos y hasta sus maridos… ya no me parecía tal el lujazo.
Yo quiero referirme a las actuales mujeres urbanas que hemos sido niñas de pueblo, pero de pueblo pequeño, y concretamente a algunas diferencias muy marcadas que he ido encontrando con nuestras coetáneas que se han criado en la ciudad. Este post es la parte primera porque se refiere solamente a una de estas diferencias… pero hay más…
Encuadremos también temporalmente esta historia… las mujeres que tienen 35 o menos ya creo que no entran en esta categoría… y por supuesto las niñas de ahora ni se asoman, ya que la globalización, el Instagram, Netflix y compañía han hecho de las suyas.
Hablo de mujeres de mediana edad, las que en los setenta, e incluso los ochenta, éramos niñas o adolescentes, y una vez terminado el curso y nuestras obligaciones escolares, llegaba un largo verano y había que hacer algo. Por esas fechas en los pueblos pequeños no había piscina, gran invento del progreso rural para pasar las largas tardes de verano, ni prácticamente ninguna actividad que hacer fuera de andar jugando por la calle, pero por aquellos entonces la premisa sagrada que imperaba en todas las casas era “en la siesta no se sale”… y ahí llega el quid de la cuestión… Este es el origen…
Nuestras hacendosas madres que no dormían la siesta y no se tumbaban en los sofás… bueno, en las casas de los pueblos no había sofás… pues nos ponían a coser en alguna de sus variedades: punto de cruz en talegas o “tus y yos” de cuadritos de vichy, preciosas mantelerías en bastidor (yo tengo alguna todavía sin terminar con el consiguiente disgusto de mi madre) y si ya eras muy habilidosa y romántica, aprendías a bordar haciendo primorosas sábanas para tu ajuar. Cuando vas siendo un poco más mayorcita y ya que estás y no queda otro remedio, te sale la vena práctica e intentas derivar hacia otras cosas que te parecen más útiles; es cuando pides que te dejen copiar el patrón del Burda (vale, googlea Burda…), echar hilos flojos o incluso hilvanes para hacer vestidos reales y el “no va más” era conseguir echar algún pespunte con la máquina de coser… después de tirarte la tarde entera pidiendo “déjamela a mí un poquito”… Pero en cuanto tienes cierta edad para escaquearte se acabó… ya… parón… 15-20 años y no vuelves a coger una aguja…
Luego llega un día, ya mujer hecha y derecha, y de repente la señorita de la guardería decide que los niños vayan disfrazados de algo “casero”, y la lía… con lo fácil que ahora lo han puesto los chinos… y entonces tienes dos opciones, acudir a una vecina o armarte de valor y sacar el costurero que tenías en un cajón aún sin estrenar. Entonces te vienes arriba y ya empiezas a coger los bajos, hasta de los pantalones de vestir… En otro momento te ves mirando para comprar algo que su precio te parece desproporcionado… y dices… ¿eso lo sabré hacer yo? Y haces una colchita para la cuna, una funda de un cojín, unos visillos que se te han estropeado o lo que se va presentando… Ya puestos, y como se van despertando del aletargamiento otras habilidades, recuerdas que también tuviste la suerte de tener una abuela que hacía punto y que te encontró una ocupación para las tardes del sábado en invierno, y encima ahora es muy “cool”… pues coges agujas y ala… a hacer punto otra vez…
Y cuando tú, urbanita donde las haya, comentas alguna de tus creaciones entre tus nuevas amigas de capital, suelen poner “ojos como platos” y te dicen ¿Tú sabes coser? ¿Esto te lo has hecho tú? ¡Pero qué apañá eres! Y tú que te lo empiezas a creer, porque claro en este contexto te sientes como “el tuerto en el país de los ciegos”… pero luego pones los pies en la tierra y piensas: “Esto no tiene mérito, yo no soy apañá ni ná… lo que tengo son muchas siestas de escuchar en la radio el consultorio de Elena Francis sin poder salir…”
Ahh, y para terminar he de decir que este post no vale para el otro género, es decir, no sirve para los hombres urbanos que se han criado en el pueblo… básicamente porque ellos SÍ PODÍAN SALIR EN LAS SIESTAS…
Ana Sancho
blog.mujerjoven@gmail.com
Twitter: @4n4s4n
NOTA: Foto obtenida de la web www.todocoleccion.net

Consulta en este enlace todos los artículos de Ana Sancho en su espacio ‘Mujer joven de mediana edad‘.

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