No hace mucho existía un ‘spot’ publicitario que identificaba el consumo de bebidas energéticas con la posibilidad de ‘echar a volar’, trasladando una imagen y un mensaje muy potente respecto a las posibilidades que se abrían en el caso del consumo de la bebida energética. Obviamente no llegaremos a volar por muchas bebidas que de este tipo tomemos.

En España se ha analizado la extensión que tienen las bebidas energéticas entre los estudiantes de 14 a 18 años (Observatorio Español de la Droga y Toxicomanías, 2016), obteniendo que 4 de cada 10 han tomado bebidas de este tipo en los últimos 30 días, si bien la prevalencia es mayor entre los chicos (49,7%). La extensión de este tipo de bebidas es notablemente inferior en el grupo femenino. Aunque las chicas registran el mayor porcentaje de consumo en el grupo de 18 años, donde asciende al 35,4%. En cualquier caso, en ambos grupos, el mayor incremento de la prevalencia se observa entre los 15 y los 16 años.

La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria advierte que también en los países de la Unión Europea el porcentaje medio de consumo entre los adultos es del 30%, pero alerta que entre los adolescentes el porcentaje casi llega al 70%, y es que el mercado de estas bebidas está orientado precisamente a este grupo de edad (Villanueva, 2016).

En un estudio reciente (2017) realizado entre los escolares de la enseñanza secundaria obligatoria (ESO) en la ciudad de Málaga, las bebidas energéticas fueron las que marcaron una mayor frecuencia entre la población estudiantil, alcanzando al 61,2%, obtenido a través de la suma de quienes lo habían probado solo una vez, puntualmente, los fines de semana o hacían un uso diario de dichas bebidas que se situaba en el 11,3%. Por lo que es un consumo que está más enraizado en la vida cotidiana de la población joven de lo que se pudiera pensar, donde sólo un 38,9% indicó no haberlas probado cuando el alcohol no había sido probado por el 58,4%.

No es nuevo que estas sustancias estén presentes entre los más jóvenes por su apariencia inofensiva, pero lo cierto es que el uso habitual de este tipo de bebidas estimulantes produce efectos secundarios, ya sean físicos o psicológicos. La cafeína, componente en grandes cantidades de este tipo de bebidas, no es solamente un aditivo, actúa como estimulante y como diurético. Como estimulante, la cafeína puede provocar ataques de ansiedad, palpitaciones cardíacas e insomnio. Cuando se consume en grandes cantidades y de forma regular, puede ponerles nerviosos e irritables.

Así que, si a eso le sumamos, la edad evolutiva en la que se encuentran de cambios tanto hormonales como psicológicos, una baja motivación hacia los estudios y una energía propia del período en el que están, pudiera resultar más fácil entender porque muchos de los escolares pueden tener y presentar tantas conductas disruptivas y/o de baja motivación en el centro escolar. Para lo que se abren posibles líneas de investigación que vinieran a profundizar en el uso y abuso de estas sustancias por los menores y sus posteriores comportamientos tanto a nivel escolar, como familiar y con sus iguales.

El uso de estas sustancias no se sitúa, a primera vista, entre las prioridades sanitarias y/o de intervención a nivel social a fin de establecer medidas preventivas que vinieran a frenar este uso entre los más jóvenes. Donde el entorno familiar vuelve a ser clave a fin de generar hábitos y estilos de vida saludable, donde estas bebidas se encuentren muy lejos del uso por parte de los menores.

Rafael Arredondo Quijada

Trabajador Social, Doctor por la Universidad de Málaga y coordinador de proyectos de la Asociación Cívica para la Prevención (ACP)

CONTACTO: omaweb@omaweb.org.

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